Razón y emoción: una nota sobre Platón, Darwin y Damasio

Si la razón y la emoción influyen en la toma de decisiones, ¿qué importa más?


Por Joachim I Krueger Ph.DAnthony Evans y Gideon Goldin.


Es común pensar que las emociones interfieren con el pensamiento racional. Platón describió la emoción y la razón como dos caballos que nos empujan en direcciones opuestas. Los modelos modernos de juicio y toma de decisiones de sistemas duales son platónicos en el sentido de que respaldan el antagonismo entre la razón y la emoción. Las actividades de un sistema son automáticas y a menudo emocionales, mientras que las actividades del otro son controladas y nunca emocionales. El sistema automático hace las cosas rápidamente, pero es propenso a errores. La misión del sistema controlado es vigilar y hacer correcciones cuando sea necesario. Como un padre vigilante, este sistema controla nuestros impulsos y anula nuestros juicios rápidos.

Las emociones pueden ser experiencias poderosas, pero generalmente no duran mucho. A veces nos obligan a hacer cosas de las que luego nos arrepentimos. Hoy, estamos enojados con una colega y queremos gritarle. Mañana, desearíamos haber actuado de manera más racional, sin importar cuán convincente fuera nuestro deseo en ese momento. Al transformar metas y deseos en el calor del momento, las emociones pueden llevarnos a tomar decisiones que dañen nuestros intereses a largo plazo. Hacer algo que no quieres hacer es uno de los sellos distintivos de la irracionalidad; por lo tanto, las emociones nos vuelven irracionales.

La lucha de la razón contra la emoción es una imagen atractiva. Pero, ¿las emociones siempre nos llevan por mal camino? Claramente, una de sus funciones es guiarnos hacia el placer y alejarnos del dolor. Lograr obtener lo bueno y evitar lo malo es difícil en un entorno incierto. A menudo tomamos decisiones que se asemejan a juegos de azar. Cuando invertimos en una empresa, compramos una casa nueva o nos casamos, existe la posibilidad de que las cosas no salgan como se esperaba. Es fundamental que podamos juzgar qué riesgos vale la pena correr, y las emociones pueden ayudarnos a hacer esos juicios.

Hace unos años, el neurólogo Antonio Damasio y sus colegas demostraron cómo las emociones negativas pueden mejorar las decisiones que implican riesgoIdearon una tarea de juego, en la que los jugadores seleccionaban repetidamente cartas de cuatro mazos. Con cada sorteo, ganaron o perdieron dinero. Dos de las cubiertas eran seguras y ventajosas; elegirlos consistentemente acumularía dinero gradualmente a lo largo de la tarea. Las otras dos barajas eran más arriesgadas. Aunque las cartas ganadoras valían más que las cartas ganadoras de las barajas seguras, las cartas perdedoras eran tan dañinas que, si se elegían repetidamente, las barajas arriesgadas acabarían por arruinar al jugador. La mejor estrategia fue elegir constantemente entre los mazos seguros.

Damasio y sus colegas encontraron que los participantes se sintieron atraídos inicialmente por los mazos de riesgo debido a sus grandes beneficios positivos. Sin embargo, los jugadores pronto se retiraron a los mazos más seguros donde les fue mejor a largo plazo. ¿Cómo se dieron cuenta de que jugar a lo seguro era mejor? La respuesta provino de un grupo de pacientes neurológicos con daño en una región del cerebro asociada con la sensibilidad emocional a la recompensa y el castigo (la corteza orbitofrontal). Aunque el razonamiento cognitivo de estos pacientes no se vio afectado, no pudieron experimentar las emociones negativas que normalmente acompañan a las grandes pérdidas. Al igual que los participantes intactos, estos pacientes se sintieron inicialmente atraídos por los mazos más riesgosos, pero debido a que no respondieron emocionalmente a las grandes pérdidas, nunca aprendieron a evitar las apuestas arriesgadas.

Entonces, si el miedo a la pérdida puede protegernos de cortejar el desastre, ¿podemos concluir que las emociones negativas siempre juegan un papel adaptativo en la toma de decisiones? La respuesta es no, y para mostrar por qué, Shiv, Damasio y otros siguieron el estudio original sobre juegos de azar con una variación interesanteEn su experimento, los participantes eligieron repetidamente entre mantener e invertir $ 1. Si invirtieron $ 1, tenían un 50% de posibilidades de ganar $ 2,50 y un 50% de posibilidades de perder el dólar invertido.

En este juego, lo mejor es elegir siempre la opción arriesgada. Las personas que no invierten, por miedo, sufren económicamente. Como en el primer experimento, los jugadores se sintieron atraídos inicialmente por apostar por ganancias arriesgadas, pero como antes, se volvieron más conservadores después de experimentar pérdidas. Por el contrario, los pacientes orbitofrontales (que tienen problemas para experimentar emociones negativas) continuaron invirtiendo independientemente de las pérdidas. En esta tarea, los pacientes que no estaban agobiados por la emoción superaron a los individuos que experimentaban el miedo a la pérdida.

La lección de estos estudios es que la experiencia de las emociones negativas puede ayudar y perjudicar la toma de decisiones; Todo depende del contexto. Consideradas de forma aislada, las emociones son bastante racionales (ni racionales ni irracionales). Parece entonces que volvemos al dualismo platónico de razón y emoción. Si no podemos confiar en que las emociones siempre nos conducirán en la dirección correcta, no hay forma de evitar un cálculo desapasionado de las ganancias y pérdidas potenciales.

Este enfoque cuantitativo controlado es más útil para decisiones con resultados claros y mensurables. Con opciones económicas, es posible estimar las probabilidades de diferentes consecuencias y cuantificar qué tan buenos o malos son esos resultados. Por ejemplo, en los juegos de ruleta y blackjack, podemos determinar matemáticamente que la mejor estrategia es no jugar nunca. Del mismo modo, podemos idear criterios matemáticos para juzgar dónde deberíamos invertir nuestro dinero.

Sin embargo, las cosas se ponen un poco turbias cuando tratamos de aplicar un razonamiento calculado a la toma de decisiones sociales. Muchas situaciones sociales implican costos y beneficios que son difíciles de evaluar y comparar. Considere la táctica de invitar a una cita a un extraño atractivo. Ser rechazado es un tipo de pérdida (del mismo modo que ser aceptado es un tipo de ganancia), pero asignar valores numéricos a tales resultados puede parecer artificial o arbitrario. Del mismo modo, podemos suponer que existe cierta probabilidad de rechazo, pero no es obvio cómo llegar a un valor específico. Comprender las elecciones humanas en su contexto natural es más difícil que comprender las reglas de un juego de laboratorio. Además, la forma en que las personas responden a las situaciones sociales es algo subjetiva y variable. El ansioso y el evitativo puede responder al rechazo con más fuerza que el emocionalmente seguro. En un mundo donde algo que es racional para una persona puede ser irracional (o incluso insondable) para otra, es difícil prescribir una respuesta racional o adaptativa.

De modo que el racionalismo de Platón tampoco puede triunfar. Darwin diría que la influencia de las emociones en la toma de decisiones ha sobrevivido a los rigores de la selección natural. En resumen, vemos tres razones por las que esto puede ser así. Una de las razones, como se señaló en el párrafo anterior, es que las emociones brindan una guía útil siempre que el entorno no proporcione toda la información necesaria para un análisis cuidadoso. La otra razón es una asimetría que podría acechar detrás de los dos estudios de Damasio. Al observar los dos estudios sobre el juego, es tentador descartar las emociones del proceso de toma de decisiones. Si ayudan en un contexto y dañan en otro, el resultado neto parece ser un efecto nulo. Sin embargo, puede darse el caso de que el tipo de contexto en el que las emociones ayudan sea más común en nuestro mundo que el tipo de contexto en el que duelen. La razón final para no descartar las emociones sigue siendo el hecho de que nos hacen actuar con rapidez y decisión.

Traducido de Psychology Today

References

Bechara, A., Damásio, A. R., Damasio, H., & Anderson, S. W. (1994). Insensitivity to future consequences following damage to human prefrontal cortex, Cognition, 50, 7-15.

Shiv, B., Loewenstein, G., Bechara, A., Damásio, H., & Damasio, A. R. (2005). Investment behavior and the negative side of emotion. Psychological Science, 16, 435-439.

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