¿Por qué tanta gente sigue repitiendo que tenemos tres cerebros?

Escrito por: Rubén Carvajal                                               

Fecha: 20 de abril de 2021 

Recientemente recibí un correo de un estudiante -de una universidad distinta a donde trabajo- en el que me pedía mi colaboración para validar un instrumento de su trabajo de grado. El estudiante se proponía “describir el grado de influencia y persuasión que se puede generar a un determinado grupo de civiles, a partir de publicidades construidas en función de plasmar un determinado estimulo en la mente del consumidor. Básicamente, crear respuestas y conductas, desde un producto audiovisual que aborde alguno de los tres cerebros del ser humano (córtex, límbico y reptiliano)” (cursivas mías).

Rehusé diplomáticamente, pero su concepción del neuromarketing me pareció tan distorsionada que me sentí compelido a escribir sobre el cerebro triuno, concepto que se ha vuelto terriblemente contagioso en las mentes de muchas personas, incluso en el ámbito académico. Y no es la primera vez que lo hago: ya lo había cuestionado en un artículo para la revista Areté (Carvajal, 2018) donde analizaba los mitos propagados por el modelo del cerebro triuno en el ámbito educativo.

Leí por primera vez sobre el cerebro triuno en Los Dragones del Edén, un libro del famoso divulgador científico Carl Sagan (1980) quien relata los experimentos realizados por el médico y neurocientífico Paul MacLean con diversos animales, entre ellos monos titíes, a los cuales se les había extirpado determinadas regiones cerebrales con el consecuente cambio conductual, lo que hizo suponer a MacLean la existencia de estructuras encefálicas con especificidades funcionales en lo que al comportamiento se refiere, en particular aquellas que tenían que ver con un alardeo sexual que no buscaba la procreación sino la dominación territorial, conductas que fueron asociadas a estructuras profundas ubicadas en núcleos del mesencéfalo, lo que MacLean denominaría el complejo-R o reptil.

La expresión “cerebro triuno” la introdujo Paul MacLean en 1969 en una serie de tres conferencias, pero estas no se publicaron sino hasta cuatro años después (MacLean, 1973). Partiendo de la teoría emocional de James Papez (1937) MacLean desarrolló el concepto del cerebro "visceral" (MacLean, 1949) que luego renombró sistema límbico en 1952, sugiriendo nuevas estructuras (hipocampo, amígdala y circunvolución del cíngulo) a las sugeridas por Papez. La expresión “límbico” la heredó de Paul Broca, quien la usó en 1850 para referirse a la parte de la corteza cerebral en forma de reborde (del latín limbus).

La teoría de MacLean (1990) se basó en amplios estudios de anatomía comparada de los cerebros de animales tan diversos como caimanes y monos. El atractivo conceptual e intuitivo de esta teoría ha hecho que siga perviviendo en muchos libros de texto, cursos y conferencias sobre psicología biológica (Farley, 2008).

 

El modelo del cerebro triuno de MacLean sobre la estructura y la evolución cerebral sugería examinarnos a nosotros mismos y al mundo en general a través de “tres mentalidades muy distintas”, en dos de las cuales no interviene la facultad del habla. Los tres cerebros podrían distinguirse, tanto anatómica como funcionalmente, y contendrían “proporciones muy dispares de dopamina y colinesterasa” (Sagan, 1980: 74).

 Haciendo gala del escepticismo que le caracterizó toda su vida como divulgador científico, Sagan (1980) ya advertía en su libro que sería simplista proponer que los tres cerebros poseen una estricta separación de sus funciones, ya que “todas las estructuras encefálicas están densamente interconectadas”, de manera que la “inteligencia” atribuida al complejo reptil como por ejemplo, cuando el mono tití hacía alarde de sus genitales para dominar su territorio, también involucra circuitos neurales activados en otras estructuras cerebrales, por ejemplo, el sistema límbico y las cortezas cerebrales de ambos hemisferios.

Sagan advertía, al referirse a las funciones encefálicas atribuidas al modelo del cerebro triuno, que “no cabe hablar de una estricta separación de funciones so pena de simplificar en exceso la cuestión”. Es indiscutible, decía Sagan, que en el hombre tanto el comportamiento ritual como el de carácter emotivo están fuertemente influenciados por el razonamiento abstracto de origen neocortical. (Sagan, 1980: 101).

¿Por qué nos gustan tantos los modelos? Los modelos se han utilizado de forma rutinaria para ayudar a explicar los conceptos científicos (Chittleborough y Treagust, 2009). Han sido coadyuvantes en la comprensión del mundo: desde la antigüedad los modelos han intentado explicar la realidad. Ejemplos de modelos son: en psicología, el alma tripartita de Platón y Aristóteles y el modelo freudiano del yo/ello/superyó; en química, los modelos atómicos de Demócrito, Dalton, Bohr, Rutherford; en astrofísica, los modelos del origen del universo y un largo etcétera.

En cualquier campo del conocimiento, la mente busca la interpretación más simple disponible de las observaciones o, más precisamente, equilibra un sesgo hacia la simplicidad con una restricción algo opuesta para elegir modelos consistentes con observaciones perceptivas o cognitivas (Feldman, 2016).  

 



 








Algunas razones por las que el modelo del cerebro triuno es impreciso:

1.    Las emociones no son procesadas exclusivamente por el sistema límbico. El neocórtex también cumple funciones de modulación emocional en un sistema de retroalimentación con la amígdala (Rempel-Clower, 2007).

2.  La amígdala no participa únicamente en el procesamiento emocional; también se le ha involucrado en actividades cognitivas superiores (Schaefer y Gray, 2007) así como en otros procesos cognitivos como la atención, la representación de valores y la toma de decisiones (Pessoa, 2010).

3. El tronco encefálico no se ocupa únicamente de las actividades de supervivencia (“territorialidad reptiliana”); también cumple funciones relacionadas con la percepción, la cognición y la emoción (Nishijo y col., 2018) y con el mantenimiento de actividades cognitivas durante la vejez (Mather y Harley, 2016).

 

En conclusión, es importante entender que el modelo del cerebro triuno es una versión muy simplificada del encéfalo y es más acertado entenderlo como una intrincada red interconectada de neuronas -sean de la corteza, el sistema límbico o el tronco encefálico- que se comunican, modulan y retroalimentan entre sí, directa o indirectamente. Lo único loable del modelo del cerebro triuno es que ha permitido a personas sin noción alguna de neurociencia, acercarse a esta disciplina e interesarse en seguir explorando sus secretos. A ellos va mi invitación a seguir estudiando los últimos descubrimientos sobre el funcionamiento encefálico, en particular aquellos modelos que giran en torno a los más recientes descubrimientos del Proyecto Conectoma Humano.

Referencias:

   Carvajal, R. (2018). Viabilidad del modelo del cerebro triuno en educación. Areté. Revista Digital del Doctorado en Educación de la Universidad Central de Venezuela. 4(8): 11-35. http://saber.ucv.ve/ojs/index.php/rev_arete/article/view/15792 

   Chittleborough GD, Treagust DF. (2009). Why Models are Advantageous to Learning Science, Educación Química, 20(1):12-17. https://doi.org/10.1016/S0187-893X(18)30003-X

   Farley P. (2008). A theory abandoned but still compelling. Yale Medicine Magazine. Disponible en: https://medicine.yale.edu/news/yale-medicine-magazine/a-theory-abandoned-but-still-compelling/

   Feldman J. (2016). The simplicity principle in perception and cognition. Wiley interdisciplinary reviews. Cognitive science7(5), 330–340. https://doi.org/10.1002/wcs.1406.

   MacLean PD, Kral VA. (1973). A Triune Concept of the Brain and Behaviour. Including Psychology of memory and Sleep and dreaming; papers presented at Queen's University, Kingston, Ontario, February, 1969.

   MacLean PD. (1949). Psychosomatic disease and the visceral brain; recent developments bearing on the Papez theory of emotion. Psychosom Med. 1949 Nov-Dec;11(6):338-53. 

   MacLean, PD. (1990). The triune brain in evolution: role in paleocerebral functions. New York: Plenum.

   Mather M, Harley CW. (2016). The Locus Coeruleus: Essential for Maintaining Cognitive Function and the Aging Brain. Trends in cognitive sciences20(3), 214–226. https://doi.org/10.1016/j.tics.2016.01.001   

   Nishijo H, Rafal R, Tamietto M. (2018). Editorial: Limbic-Brainstem Roles in Perception, Cognition, Emotion, and Behavior. Front Neurosci. Jun 12; 12:395.  doi: 10.3389/fnins.2018.00395. 

   Papez JW (1937). A Proposed Mechanism Of Emotion. Arch NeurPsych. 38(4):725–743. doi:10.1001/archneurpsyc.1937.02260220069003 

   Pessoa L. (2010). Emotion and cognition and the amygdala: from "what is it?" to "what's to be done?". Neuropsychologia, 48(12), 3416–3429. https://doi.org/10.1016/j.neuropsychologia.2010.06.038 

   Rempel-Clower NL. (2007). Role of orbitofrontal cortex connections in emotion. Ann N Y Acad Sci. Dec; 1121: 72-86. doi: 10.1196/annals.1401.026.

   Sagan, C. (1980). Los Dragones del Edén. Barcelona: Grijalbo.

   Schaefer A, Gray JR. (2007). A role for the human amygdala in higher cognition. Rev Neurosci.18(5):355-63. doi: 10.1515/revneuro.2007.18.5.355.

 

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